30 marzo 2018

RETAMALEJO-RAMBLA MAYOR-MANCHEÑO I

A la demarcación que en esta ocasión, vamos a documentar en mi Viky y yo, hacía tiempo que le teníamos echado el ojo. Conocíamos de su existencia y la habíamos tanteado lo suficiente para saber que merecía una visita específica. Por ello, la teníamos en cartera y aguardaba paciente a que le llegara el turno, como a tantas otras, dicho sea de paso. Nos queda todavía mucho por conocer de nuestra región y limítrofes, y esta excursión que ahora presento, es una más de otras tantas que tenemos pensado saborear a poco que las circunstancias nos sean propicias. El interesante recorrido que hoy proponemos, pone de manifiesto una vez más, el éxodo paulatino, que entre las décadas cincuenta y ochenta del pasado siglo, tuvo lugar en España. Visitaremos aldeas y cortijos abandonados y nos preguntaremos una vez más, cómo demonios pudo aquella gente soportar, tantos años de aislamiento, que cuando se daba el caso de una fuerte nevada, los dejaba aislados por semanas. Polvo, largas sequías, falta de agua para beber, hambre, miseria, pura desidia gubernativa la que sufrían aquellas humildes gentes, abandonadas a su suerte, incluso de la mano de dios. Sin duda, caminaremos por lugares con solera e historia y nos adentraremos por caminos desdibujados, sendas casi borradas por el desuso, aldeas, cortijos derruidos, cerros, sembradíos, escenarios de un otrora abundante trasiego de gentes, entornos de un pasado esplendor, que hoy son, pura ruina y desolación. El olvido es capaz de quebrantar los cimientos más sólidos y ese desamparo termina por no dejar, piedra sobre piedra. Nos referimos a las aldeas de Mancheño y Retamalejo. A la primera aún no la había visitado. Y eso que queda a tres cuartos de hora dando un paseo desde La Capellanía, pero, hasta la presente excursión, no se me había ocurrido acercarme a echarle un vistazo. Pero es que llevaba idea de visitar el poblado, como mandan los cánones, esto es, atraviesa lindes. A Retamalejo ya le había hecho una gráfica visita hacía algún tiempo, con motivo de aquella excursión que transcurrió por el Cerro del Carro e inmediaciones.  La verdad sea dicha, después de transcurridos dos años, se halla aún en peores condiciones de como nosotros lo encontramos. En fin, de aquí a unos años ya no quedará ni el polvo de lo que fueron las casas y mucho menos el recuerdo de las gentes que moraron en ellas. Aunque esto que digo no es del todo cierto porque, ya veremos más adelante como no falta en Internet quien les rinde homenaje y autor literario que los evoca y trata en sus obras. 
 De hecho, vamos a ser sinceros, fue este excelente libro del caravaqueño Jesús López García, del que más tarde daremos algunas pinceladas, el que me alentó y provocó lo necesario para adelantar un garbeo por la Rambla Mayor y sus alrededores. Parajes, que se encuentran al margen del circuito habitual senderista, lo que resulta bastante extraño, si tenemos en cuenta lo bello y cautivador del entorno. Estos andurriales alcanzarán su época de mayor esplendor, entre abril y mayo, en que se suelen vestir con sus mejores galas, pero hasta que ese momento llegue, nosotros, la Viky y yo, vamos a darnos un paseíco de veinte kilómetros disfrutando a norre, por un paisaje de lo más interesante y solitario.
Está claro que nosotros no estamos acostumbrados a visitar los lugares del modo más sencillo y cómodo posible. Eso no va con nuestra naturaleza. Si hay que ir a Mancheño se va, pero dando un rodeo que al menos nos haga sudar la camiseta. Y como no parecía existir un track que nos sirviera de guía, tuvimos que hacer de exploradores, improvisando sobre la marcha. El de arriba en trazo amarillo es el perfil del recorrido que se hace según el sentido horario, con inicio y término en Retamalejo. Abajo, el Puntal de las Jarosas que a la ida nos quedaba a nuestra derecha.
Aquella mañana era muy fría, se hubieran helado las palabras, caso de haber llevado acompañante, pero en su defecto, se me helaron los pensamientos, y los charcos congelados ofrecen gráfica muestra de ello; menos mal que como diría Cospedal, siempre puedes sedimentarlos, y plasmarlos en diferido, los pensamientos digo.
Vastos, extensos campos de trigo y cebada recién sembrada que muy pronto se irán vistiendo, si es que llueve, de un verde refulgente y espléndido.
Mi bastón clavado sobre el hielo de un charco
Al fondo, el entorno del cortijo de La Jarosa Quemada, hacia el que nos dirigimos
Jarosa Quemada
Puntal de la Jarosa y asomando el Cerro del Carro
Apacibles, serenos, solitarios campos que invitan al recogimiento del caminante
Ruina de lo que otrora sería un importante y transitado cortijo, con el horno de cocer pan convertido en un montón de escombros.
Recreándonos en tan acogedor y coqueto rincón
La Sagra
Ruinas del cortijo de la Jarosa Quemada
Nos alejamos del cortijo e inmediaciones
Llegando a la caseta de vigilancia forestal (1274m). El vértice geodésico se halla muy próximo a ella, tan resguardado de floresta, que no se ve un pijo en derredor.
Viky, observando atentamente mis evoluciones
Los aperos que hoy me servían de soporte técnico
Mirando hacia la provincia de Almería
Sierra de María
El inusual vértice geodésico de La Jarosa (1269m)
FINAL PRIMERA PARTE