20 noviembre 2017

MORRA DEL BUITRE Y TORNAJUELOS II (Sierra Seca)

Estamos ya casi arriba de la línea de cumbres de Sierra Seca, dispuestos a disfrutar de un soberbio espectáculo paisajístico en muchos kilómetros a la redonda. Trescientos sesenta grados de despejado y vasto horizonte que hará las delicias de unas pupilas que se sentirán desbordadas por tanto impacto visual como tendrán que registrar.
La inclinación de los llamados pinos de bandera nos informan de la dirección y fuerza del viento que suele atizar por aquí.
Enlazando visualmente Sierra de Castril con aquella en lontananza de Sierra Nevada...?
¡Vaya si a este ejemplar el empuje del viento no lo encorva...!
Muy placentera la sensación de andar por aquí en completa soledad...
El pantano de San Clemente...apenas un charco. Los rigores de la sequía adquieren ya tintes dramáticos para la zona.
Silueta de barca invertida de la inconfundible Sagra.
Desde la Morra del Buitre, techo del Parque Natural Sierra de Castril, se nos abre una serie de panorámicas en las que están representadas buena parte de la orografía de la Andalucía oriental. Tornajuelos, Guillimona, La Sagra, Taibilla, Moratalla, Sierra de María, pantano de San Clemente, Sierra de Baza, Sierra Nevada, Buitre, Empanadas, Sierra Mágina, Banderillas, Sierra de Segura, Las Villas, etcétera...en fin, no sería mala idea traerse para esta ruta unos buenos prismáticos, y desde el tubo del vértice geodésico en el Tornajuelos, comerse el bocata y tras ello, dedicarse a disfrutar de los excelsos horizontes que se pueden contemplar desde esta elevada atalaya.
Profundos barrancos que causan infarto como el del Lobo. Más tarde bajaremos por el de la Majada de los Carneros.
Morra del Buitre que acabamos de dejar atrás. Por este lugar resulta fácil advertir la presencia de numerosos fósiles de ostras, caracolas y otros animales marinos. Se hallan en lo alto de la sierra, ya que antes de plegarse y levantarse esta aérea superficie (debido al choque de la placa tectónica africana con la europea), formaba parte de los suelos marinos.
La Sagra e inmediaciones de donde se halla enclavada.
Desde la Morra del Buitre, el acceso al pico Tornajuelos se hace extremadamente cómodo, ya que va manteniendo la altura hasta llegar a su vértice geodésico.
Panorámicas hacia los extensos campos y sierras próximas a Huescar.
Mirando hacia el pico Empanadas
...y la Morra del Buitre.
Por aquí tiene que soplar viento huracanado y hacer un frío que pela.
Vistas privilegiadas hacia La Sagra.
Comparativa picos sobresalientes en la sierra de Castril, Morra del Buitre y Empanadas.
¡Alma cándida, moño hueco, cuentalubias!, ¿a quien se le ocurre subir en moto a un lugar tan montaraz, tan agreste, tan cerril como este...?. ¡No doy crédito a lo que ven mis ojos...!
Vale, que sí, que los tienes como ollas, que ni los del caballo de Espartero, pero a quien se le ocurre tamaño disparate...pagarás cara tu osadía. 
Agapito me grita frenético, en el precario equilibrio en el que se halla, que dispare, que ha de quedar su impronta en estas montañas, sellada en pixeles para los restos. La mayor base del vehículo aguanta los embates del viento pero él se zarandea peligrosamente de un lado hacia el otro, manteniéndose apenas sobre la vertical.
Nuestro servidor público, soporta empero con gallardía y desprecio de su propia vida, los rigores de un viento racheado y creciente. Su supervivencia pende de un hilo y más de una vez se ha librado porque con una mano y un ojo sostengo la cámara y elijo el encuadre, y con la otra y el otro, vigilo que una ráfaga de aire no se lo lleve volando. Momentos de tensión y apremio por conseguir un posado en los diferentes ángulos que se pueden lograr desde la cima del Tornajuelos.
¡Ay, poco ha faltado, pues lo he cogido al vuelo...!
Pero Agapito Malasaña quiere más, y se recrea en la suerte con exceso de atrevimiento de lo que la mínima prudencia exige. La avaricia del postureo rompe el saco de su vanidad, y se comienza a escribir la crónica de un fenecimiento anunciado. Se barrunta de una instantánea a la otra...
Pero Agapito erre que erre no parece tener hartura, y pide a voz en cuello retratos desde todas las aristas del tubo. Este humilde cronista se rinde y acata la obediencia debida y no tiene más opción que cumplir sus tajantes órdenes.
Hasta que, como era previsible, una andanada de viento más fuerte de la cuenta, lo levanta en peso y sale disparado hacia el Pico Empanadas que por poco no se carga un quebrantahuesos que por allí sobrevolaba. Cuando procedo al rescate, me da un vuelvo el corazón, pues me lo encuentro diseccionado, convertido en dos vulgares cascotes de yeso.
Agapito, inasequible al descoyuntamiento, y cual pollo sin cabeza, me pide ya entre estertores de muerte, una última voluntad in aeternum, esto es, que sus restos descansen en este incomparable lugar y que dispare las últimas fotos mientras le quede un átomo de vida.
Hasta la lente de la cámara sufre los estragos de su pérdida, desenfocando el cuerpo descabezado y yaciente del que otrora, tantas veces nos alegrara con su natural simpatía, los puntos más eminentes de nuestras excursiones. La pena y desconsuelo nos embargan y entre lágrimas, con mirada vidriosa, disparamos las últimas fotos que dejan testimonio imborrable e imperecedero de su existencia y paso por entre estas inconmensurables montañas.
Memoria de un trozo de escayola que mientras lo inmortalizábamos, nos procuraba no pocas sonrisas y momentos cómplices. Habrá que buscarle un sustituto porque la vida sigue y un vértice geodésico sin un motivo que lo ensalce, como que no luce igual en nuestras crónicas, en fin, algo habrá que inventarse. Elevemos pues un réquiem definitivo por su alma de yeso, y recordemos los buenos ratos que nos hizo pasar. Descanse en paz, amén.
Quedémonos en todo caso, con la efigie rozagante del que fuera el más íntegro de los funcionarios, que en el colmo de su probidad, hasta fue capaz de renunciar a los asuntos propios por bien de la misión que tenía encomendada. Sin duda que lo echaremos de menos.
 FINAL SEGUNDA PARTE

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