26 diciembre 2015

PERICAY Y CAÑÓN DEL RÍO LUCHENA I

Sorprendente ruta con la que nos tropezamos hace unas semanas mi Viky y yo, por las tierras altas de Lorca y el río Luchena. Acudíamos al punto de inicio un poco como san Juan por sus viñas, sin información previa ni demasiadas expectativas serias. Era esta una zona de la orografía murciana que hasta ahora me había pasado un tanto desapercibida. Algunas canteras de mármol que desde la carretera de Lorca al paso por La Paca se divisan a nuestra derecha, entre las sierras del Almirez y Pericay, desalentaban mi ánimo de practicar acercamiento más decidido por entre parajes que imaginaba polvorientos e inmensamente áridos. Sin embargo, razones profesionales que ahora no vienen al caso, me llevaron a indagar sobre el embalse que llaman de Valdeinfierno. Y así fué como una vez más, me tropecé en Wikiloc, con un recorrido realizado hacía tres años por nuestro insigne y reputado amigo montañero alias Alsamuz. Cargué el track y no necesité más para ponerme en marcha en dirección a la cumbre del Pericay. 
Nunca imaginé la de emociones intensas que el destino nos tenía reservado aquel día a mi Viky y yo, al paso por el espectacular cañón del río Luchena.
Sobre Google Earth
 Esta ruta tiene su inicio en el derruido cortijo de las Talas, que desde Cehegín se llega a él una vez hemos pasado la Zarcilla de Ramos, cogiendo en una bifurcación la pista izquierda en dirección embalse de Valdeinfierno. No tiene pérdida.
Dejaremos el coche en sus inmediaciones y nos pondremos en marcha a través de una pista que sin anestesia ni calentamiento previo enseguida se pone cuestarriba y al poco nos deja sin resuello.
Habremos de ir atentos pues el track, llega un momento que abandona la pista para desviarnos hacia nuestra derecha por entre una senda ancha muy bien delineada. 
Conforme vamos ascendiendo las vistas se hacen más bonitas e interesantes.
Zona marmolera por antonomasia, las explotaciones del decorativo mineral brillan por doquier
En esta ruta será frecuente otear a lo lejos el majestuoso vuelo del buitre leonado sobrevolando estos contornos
Llegará un punto en que la senda se difumina hasta extinguirse. Comienza el tramo más empinado y también más peñascoso y abrupto. La subida monte a través está perfectamente señalizada con hitos hasta alcanzar una cima que se hace interminable y cara de conquistar.
Las vistas desde lo más alto, como siempre, soberbias e impagables
Observando el raquítico estado acuático del embalse de Valdeinfierno, que más parece una laguna. ¡A saber la cantidad y variedad de especies que vivirán al socaire de su entorno...!
Espléndidas y despejadas vistas hacia la Zarcilla de Ramos, La Paca y sierras colindantes, entre otras, sierra Espuña
El cortijo de las Talas desde el punto geodésico del Pericay a 1235m.
Viky, disfrutando también con el vasto panorama en derredor
El descenso desde el Pericay no es tarea sencilla. Terreno áspero, escarpado, de mucha piedra suelta y tendido, que nos persuaden de que debemos bajar extremando las precauciones con paciencia, despacico y buena letra, que diría mi padre. No existe senda. Se hace atraviesamatas y el lugar más apropiado es por donde te indica el track del gps. Por tanto, jugar con el nivel de zoom para no desviarnos ni un metro sobre el plano longitudinal del track se hace más que aconsejable. Esto facilitará realizar una bajada fluida sin contratiempos hasta al camino que nos espera al final de este largo y quebrado descenso.  
Las vistas que se nos ofrecen de frente...
Las que vamos dejando detrás...
Tras caminar durante algunos kilómetros por una pista que no parece muy frecuentada, llegamos al cortijo de Los ojos de Luchena, desviándonos a nuestra derecha, hacia el curso del río cuyo murmullo apacible de sus aguas distinguíamos con toda claridad. En la imágen de abajo podemos ver a Viky sorteando el lugar del que brota, nace este perezoso y tranquilo río, muy cerquita del albergue que llaman Casa de la Chiripa.
Yo aún no lo sabía, pero a partir de aquí, comenzaría el plato fuerte de esta emocionante ruta. De momento, mi perrita aprovechaba para resfrescarse las patas y el gaznate.
No pasaría mucho tiempo hasta darme cuenta que nos habíamos tropezado con un inopinado contratiempo que no figuraba en las guías.
No solo bajaba bastante agua por el estrecho cañón, ocupando la casi totalidad de su lecho sino que las márgenes, por una reciente crecida, se hallaban completamente anegadas de barro
El primer tramo, más ancho, se hizo relativamente fácil sortearlo
Pero conforme avanzábamos, la cosa se iba complicando pues nos veíamos forzados a elegir entre embarrarnos o mojarnos. No había más cáscaras, con el consiguiente riesgo de aterrizaje forzoso indeseable que en aquellas condiciones era más que probable.
Al principio, y siguiendo meticulosamente el trazado del recorrido, me preguntaba a mí mismo, ¿como pijos este tío (refiriéndome al editor del track) se pasa a la derecha e izquierda del río como si tal cosa, aunque exista una poza cuya profundidad parece que te pueda llegar al ombligo...?
La razón la descubrí después, intercambiando impresiones con nuestro amigo y leyendo a otros caminantes y visitantes de este sorprendente y casi etéreo lugar. 
Parece ser que el estado habitual del lecho de este cañón en ausencia de lluvias es el de desecado, evaporado, deshidratado, es decir arrugado, chupado, acartonado, consumido. Así cualquiera puede disfrutar de sus verticales paredes por encima de los cien metros sin más riesgo que el de tropezar con un risco.
Algunos tramos sí que eran fácilmente rebasados sin mayores complicaciones que las de ir sorteando las zonas húmedas utilizando para ello las más secas...
Pero en otra ocasiones, nos teníamos que poner a estudiar, a ver el modo más idóneo de salvar este o aquel tramo. Y muchas veces, no encontrando una combinación apropiada, volver sobre nuestros pasos, y hacerlo escalando las rocas contiguas cuya maniobra, una vez entrados en faena, te sugerían la idea de que tal vez estaba siendo peor el remedio que la enfermedad. 
Todo muy divertido y emocionante, la verdad.
 No dramaticemos la cuestión, pues el único riesgo palpable era el de aterrizar mojándose o embarrándose. Hecho nada crítico ni insalvable, bien es verdad, todo hay que decirlo, pero qué disgusto incómodo, qué fastidio y desagrado llenarse de barro, de agua los pantalones, calcetines y zapatos, la cámara cubrirla de lodo, fango y renacuajos...ahhhggggggg
Pero qué espectáculo díos mío...si no parecía que estuviéramos en la Zarcilla de Ramos. Si me parecía a veces que pateaba la ruta del Cares murciano. ¿Como era posible que lugar tan bello de nuestra geografía no fuera más divulgado y conocido...?
Qué emocionante desafiar el permanente riego de talegazo, sorteando el río, haciendo equilibrios de piedra en piedra y tiro porque me toca, para finalmente tener que dar un salto desde una roca sobresaliente tal que una rana, para aterrizar en barro resplandeciente en el que me hundo hasta los tobillos. Me la pego, no me la pego, oscila mi cuerpo paquí, pallá, palante, patrás, la cámara volando, retenida por la correa, bendito bastón, qué buen servicio me presta, pero no me escapo ni pegando saltos, doy un traspiés, y cuando estoy a punto de tomar tierra sobre el duro y húmedo desfiladero del río Luchena, una mata, una cabriola salvadora, una pirueta imposible in extremis, evitan el desastre, una y cien veces más...ahhhhhhh, no pegársela fue una cuestión de suerte. 
FIN DE LA PRIMERA PARTE

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