06 mayo 2014

EMPANADAS, POR EL BARRANCO DE TÚNEZ II

La ruta es bonita, me gusta mucho, no se le puede pedir más. Al tiempo que vamos progresando a un lado y al otro del barranco, buscando los mejores pasos al hilo de sus naturales circunvoluciones, comenzamos a intuir la inminente visual del Empanadas y la cercanía de lo que debe ser el fascinante rincón en el que está ubicada la cabaña del maestrillo.
Nos tropezamos con la siempre peligrosa Procesionaria.
La peor pesadilla para un perro. Mientras me tomo la suficiente distancia para fotografiarla sin molestarla, procuro no perder de vista a la Viky por si decide olisquearla.

"Se llaman orugas procesionarias del pino y es muy probable que alguna vez se las haya encontrado moviéndose por el suelo de un pinar en un camino en cabalgatas de decenas de ejemplares. Ese espectáculo natural no sólo llama la atención de los humanos; también de los perros. Los más curiosos pueden perder la vida en el intento de saber a qué saben los graciosos gusanos.
Las orugas siempre están ahí, pero en esta época se cruzan con los humanos y sus mascotas. A comienzo de primavera, la subida de las temperaturas provoca el reflejo de enterramiento. Las orugas, bajan de los nidos (esas bolas blancas en los pinos) y recorren el suelo en búsqueda de un lugar en el que enterrarse para hacer una crisálida y romperla en julio ya convertidas en mariposa. Se mueven en línea en una procesión (de ahí su nombre) pilotada por una hembra y en ese momento serían una presa facilísima para los depredadores si no fueran venenosas.
Ahí comienza el problema para los perros (o para cualquiera que las toque, incluidos los humanos). Las orugas están cubiertas de unos pelos urticantes con una toxina que resulta devastadora para los canes que ponen su hocico sobre ellas. Todo comienza con el perro rascándose la boca, como si quisiera arrancarse algo de la lengua con las garras y salivando profusamente. En ese momento, más vale correr a una clínica veterinaria. 
Pueden llegar a morir.
Al tropezarme con estos nogales el pulso se me acelera porque comprendo que estoy ante lo que fué durante muchos años, el  particular elíseo del maestrillo.
El  "cortijo"está tan mimetizado con el paisaje, que a mí compañero de ruta, en principio, le pasa inadvertido.
La ruta clásica que propone el parque es por esta senda, a la derecha del barranco. Un cartel indicador nos avisa que teniendo condiciones climatológicas adversas, resulta peligroso aventurarse por aquí. Llegados a este punto, nosotros no seguiríamos este recorrido sino que subiríamos por un ramal del barranco de Túnez, a la izquierda de la cabaña del maestrillo.
No hay duda de que D. Eduardo Iglesias supo construirse su particular edén, su trocito de cielo en la tierra.
Pero al posar nuestras miradas sobre la cabaña del maestrillo, se nos caen los palos del sombraje. Ruína y miseria. Incomprensible el abandono e incuria al que los responsables políticos de Castril, tienen condenado este paraje, que con un poco más de perspicacia, con los años, ya debería haberse erigido como lugar de culto para los montañeros, un santuario del Maestrillo del Empanadas por así decir. Por no faltarle no le falta ni el agua bendita durante todo el año. A cualquier meapilas o pastor al que se le ha aparecido la virgen le ponen una placa o levantan un monumento y a este que vivió en comunicación directa con dios, no solo permiten que su leyenda se desvanezca en el tiempo sino que el deterioro de su asolada y ruinosa morada, desluzca un entorno verdaderamente sublime. Imperdonable.
Ciertamente que el dúplex en el que vivía el maestrillo, ofrecía todo tipo de comodidades.
Aquí el menda, posando algo consternado en el porche del chalet.
Hasta la Viky parecía preguntarse qué naturaleza de ser humano pudo haber morado sobre estos ahora, desvencijados muros.
Me dije a mí mismo que volvería por aquí con más calma...pues el sol comenzaba a apretar de lo lindo y nos quedaba lo más duro del recorrido...el cuestarrón final hacia el Empanadas. No podíamos demorarnos más. El barranco por el que teníamos que subir, a nuestra izquierda, metía miedo. Estábamos sobre los 1600 metros y hasta los dos mil ciento y pico, aún quedaban unos cuantos repechos por subir, de modo que...comenzamos la ascensión.
Sin duda, este tramo nos pareció el más exigente y también el más escabroso. Con el despiadado apolo flagelándonos el lomo, y un terreno tan descompuesto como vertical, en el que más que andar tenías que trepar, la verdad es que, o te aferrabas con uñas y dientes al terreno o te descuajaringabas como un muñeco de trapo.
Viky exhausta, se toma un descanso.
A pesar del esfuerzo, nunca se debe perder la compostura.
FIN DE LA SEGUNDA PARTE

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