26 abril 2012

III EDICIÓN DE LA RUTA DE LAS FORTALEZAS 21-04-2012

El año pasado, me dije a mí mismo que no volvería a participar en la ruta de las fortalezas. Demasiados tramos de interminable asfalto, ergo paisaje urbano, al que no estaba acostumbrado, me fundieron la moral, mermaron mi resistencia, hasta el punto de decidir de forma irrevocable, no volver a inscribirme en la prueba.
Pero soy criatura de voluntad frágil, de carácter inestable y personalidad voluble, que cambia de parecer, ideas y hasta de pensamiento con la misma frecuencia que el oportunista y trepa político lo hace según se halle o no en la poltrona, así que, donde dije digo luego dije diego, o por mejor decir, la culpa la tuvo mi amigo Juan que fue quien me alentó a que de nuevo participara en la ruta de las fortalezas; y de pronto sentí mis energías y entusiasmo renovados, como si acudiera a hacerla por vez primera.
La ruta de las fortalezas que se celebra en Cartagena, en tan solo tres ediciones ha cosechado un éxito y prestigio inusitados.
Ello se debe a su exquisita organización que no deja ningún detalle al azar.
Ese día, todo el mundo se vuelca, y tanto personal civil como militar, te hacen sentir bien y “como en casa”.
Es una prueba de resistencia, que amén de ofrecernos una oportunidad estupenda de conocer parte de las magníficas y siempre hermosas bondades de la tierra cartagenera, nos puede servir también para demostrarnos a nosotros mismos si seremos capaces de conquistar la totalidad de las fortalezas en esos 51 kilómetros de que consta el arduo recorrido.

Vamos, que con acabarla ya te puedes dar con un canto en los dientes. Es decir, que te puedes ir contento y satisfecho a casa porque el camino se las trae y no es moco de pavo subir la última fortaleza, esto es, la batería y monte de Roldán, con el esfuerzo acumulado de llevar cuarenta y tantos kilómetros en las piennnnasssssssssss.

Subir esa corta pero dura pendiente, es casi una experiencia mística y religiosa.
Pero vengo observando, desde la veteranía de mis tres ediciones anteriores, que la preparación de los participantes cada año va a más, y adquiere niveles cuasi olímpicos. Por mucho que subas a buen ritmo, un paso por encima del trote y bajes uno por debajo del galope, es que te quedas acompañando al caballo del malo, es decir, de la mitad pabajo. Y ya no digamos si encima andas tocado de alguna lesión o molestia.
Algun@s te pasan tan rápido que aunque crees moverte y desplazarte, porque sientes el corazón desbocado, sudando la gota gorda y el aliento desencajado, es que parece que vas parado, como si caminaras en una de esas cintas para andar sin moverte de casa.

Hay gente que más que andar, corren y vuelan que se las pelan.

Pero eso es lo de menos, todo hay que decirlo, porque el ambiente antes de la salida es fantástico y muy emocionante.
Merece la pena estar allí solo por vivir el mágico momento de las tres mil y pico de almas, confraternizadas en respetuoso silencio, el gesto serio, adusto, sereno, dejándose embargar por la exaltación patriótica que despiertan las notas del himno nacional, en una suerte de catarsis emocional. Vivir instante tan solemne ya resulta impagable.
Y luego cruzar la meta...ese momento es sublime. 
Inolvidable. 
Ya se te van riendo los “güesos” dos kilómetros antes mientras vas imaginando la escena. 
El recibimiento siempre es apoteósico. 
Por megafonía vas escuchando el jolgorio, la fiesta...acaso oliendo los macarrones, saboreando "la estrella" y tan henchido de gozo y orgulloso de ti mismo te sientes que en ese momento "no te cambiarías por nadie..."
A esas alturas, tu etérea alma rebosante de júbilo parece que es la que te lleva en volandas.

Sin embargo, este año, debo decir que mi participación en la tercera edición de la ruta de las fortalezas fue casi épica.
A una semana vista, había decidido no hacerla.
Los últimos veinte días fueron en verdad frustrantes.
Mis problemas en el ligamento de mi rodilla izquierda me torturaban.
Descansaba unos días, me sentía un poquito mejor, pero después de un entrenamiento más o menos exigente, volvía a empeorar.

Aquel sábado, siete días antes del gran evento, había quedado con mi amigo Juan, para hacernos una etapa de 35 kilómetros.
Pero no la pudimos acabar.
A medida que iban pasando los kilómetros, la molestia se fue convirtiendo en dolor lacerante, y mi andar, en cansino y renqueante.
Fue entonces cuando probamos a disipar el dolor con un voltarén.
Y entonces todo se precipitó...
Me sentó como una patada en los cataplines.
Como un aplastamiento de “güevos” con dos ladrillos del nueve.
No solo no remitía el dolor sino que me descompuso el estómago.
Decidimos acortar la etapa y regresar.
Pero no me dio tiempo.
Tuve que salir disparado hacia la espesura del monte, buscar el amparo de un frondoso arbusto, y evacuar las penas de mi alma.

Allí, triste y compungido, maltrecho y doblegado...humillado por tan degradante posición perruna, tomé la decisión irrevocable de renunciar a participar en la ruta de las fortalezas de ese año.

Aquel mismo sábado, puse en venta mi dorsal y al poco me contestaron tres personas interesadas en hacerse con él.
Pospuse la decisión final para el lunes.

Me entristecía, después de tantos buenos entrenamientos y días en que me sentí pletórico de fuerzas y de ánimo, no acudir, como en años anteriores a hacer mi Ruta de las Fortalezas.
Ya conseguir inscribirte es una hazaña pues la gente anda tan alerta para no quedarse sin su inscripción, que en dos horas, después de abierto el plazo, se agotan los dorsales.

La ruta de las fortalezas, ha tomado en tan solo tres años de existencia, unos derroteros casi pintorescos. Ya es más popular y multitudinaria que otras pruebas de más dilatado historial.

Además, por si fueran pocos los alicientes para intentarlo, este año no solo coincidiría con mi amigo Juan, hombre de inquebrantable fortaleza anímica y física sino también con Pencho, otro que tal mea, en cuanto a impulso moral y deportivo se refiere, y con Rosa y Gemma, amigas de Pencho, verdaderos portentos atléticos, que lo mismo, andan que corren, que vuelan, sin esfuerzo aparente y cuya extraordinaria forma física, intimida, amedrenta...seduce, cautiva, embelesa.
Sin olvidar a Juan el Astur, al que solo vi en la salida y en la meta, pues semejante fenómeno deportista, solo tardó en hacer el recorrido, seis horas y media. 
En fin, que las agujas no son para mí.
Desesperado por querer y no poder, quemé un último cartucho en mi afán por aferrarme a un rayito de esperanza aunque fuera en las tinieblas.
Y probé con una sola sesión de acupuntura por si se obraba el milagro del pan y los peces.
Pero no tuve suerte.
El maltrecho cartílago se mofó de mí y de los cuarenta pavos que tuve que apoquinar en aras de la presunta curación milagrosa.

Pero en honor a mi horóscopo (tauro) debo admitir que soy más terco que una mula, y resistiéndome a claudicar, a arrojar la toalla definitivamente, hice el miércoles un último intento por si el Ibuprofeno 600 mg, lograba el efecto que no habían podido conseguir las agujas...

Las sensaciones no fueron malas, notaba la molestia pero era perfectamente llevadera, así que, completé 20 kilómetros muy prometedores y decidí al menos presentarme, en la línea de salida. Como todos los años, los momentos previos al pistoletazo de salida, son muy emocionantes.
Yo los disfruto al máximo porque el ambiente reinante resulta espectacular. Juan y yo, nos habíamos reunido con el grupo de Pencho a la entrada de Cartagena y llegábamos a las inmediaciones del puerto, con la hora pegada a los talones.
Nerviosos, excitados, impacientes...el dorsal torcido, sonrisas inquietas, miradas constantes al reloj, otra vez el dorsal que cuelga, difícil introducir la acreditación en el plástico, y todavía hay que sellar la salida...cinco minutos apenas para las ocho y nosotros con estos pelos...unas fotos para publicidad...y a la carrera al punto de salida que no llegamos...el lienzo que se ofrecía ante nosotros era hipnótico y electrizante.
Y comienza la fiesta...
El que lleva el dorsal 2875, un tal Rafael, ya sale disparado desde la línea de salida y será el que menos tiempo empleará en hacer el recorrido...pulverizando el del año pasado, dejándolo en cuatro horas y cinco minutos...todo un prodigio de atleta.
Nosotros salimos algo más tranquilos...y risueños
La primera fortaleza a conquistar era El Calvario...
Y un verdadero vía crucis comencé yo a sufrir nada más iniciar la bajada hacia El calvario...¡joder, que mal rato pasé bajando aquellas primeras rampas...!, me sobrevino un bajón del copón.
Subiendo, nada, fresco como una acelga, "tan fuerte como pellejo breva" pero...
Y no digamos este, que subiendo o bajando, se lo pasaba el tío en grande...y su alborozo era contagioso.
Aquí Rosa, todavía subiendo y al fondo, acaso lugar premonitorio de reposo perpetuo, esto es, un camposanto...
Aquí sellando la primera fortaleza...
Y comienzan las primeras cuestas abajo y mi particular calvario...
Me quedaba...la gente echaba a correr, como mínimo a trotar, unos a la "zancada" y otros a galope tendido...pero mi rodilla se quejaba.
Juan me esperaba, se paraba, cuando llegaba a su altura me preguntaba como estaba, yo que jodido y al sol...íbamos camino del S. Julián y esta situacíon se repetía sin cesar...me sentía peor por momentos, con irreprimibles impulsos de abandonar, fustigándome por la chifladura y el empecinamiento de haber querido hacer algo que ese año no estaba al alcande de mis reales posibilidades...

Otra vez veía a Juan, vuelto hacia mí, esperándome, mientras me adelantaba todo quisque, incluido un hombre con muletas que al comprobar que me rebasaba, las manejaba con nuevos bríos...

Y ya tuve que decirle a Juan, que me dejara, que probablemente tendría que abandonar; a él lo veía fuerte como un toro, fresco como una lechuga, y con tantos parones le estaba jorobando la carrera...pero seguía sin hacerme caso.

Con la mejor de sus intenciones, esto es, con la grandeza, lealtad y buen compañerismo que solo la sincera amistad es capaz de engendrar en el corazón y espíritu del ser humano, intentaba animarme, reconfortarme, pero debo reconocer que conseguía el efecto contrario pues cuando uno va mal, sufre doblemente, no solo por las propias tribulaciones morales y físicas que experimenta sino también por entender que "tu debacle", afecta sin necesidad, la buena y potencial marcha de tu compañero.

Rumiar estas fatalidades son inevitables e incrementan tu desamparo, tus impulsos de claudicar, de entregar la cuchara.

En la enésima ocasión en que Juan, se para, se vuelve hacia mí y me espera, me planto, le hablo imperativamente, casi rozando lo ingrato, lo déspota, y le pido por favor, que se olvide de mí, que haga su carrera, que  yo como pueda llegaré a la meta, que para mí, ese día lo importante "es llegar". Que disfrute de sus sensaciones, que no tiene por qué verse afectado por mis limitaciones.
Que ni siquiera se si podré acabarla...por fin, creo apreciar en su rostro, un gesto de comprensión, una luz de bondadosa empatía...me desea suerte y sale disparado hacia adelante como alma que lleva el diablo.
En pocos segundos lo pierdo de vista.

La soledad es mi gran aliada. Me serena, modera mis flujos y reflujos y me hace ver la realidad con calma y lucidez.
Valoro mis sensaciones...dolor en cada zancada, y el efecto del Ibuprofeno con el desayuno que de momento, brilla por su ausencia...no perdamos la sensatez. Has comenzado muy fuerte, a un ritmo que apenas te ha dado tiempo a calentar; sosiégate y comienza de nuevo "tu carrera". 
¿De qué te sirven tantos años de entrenamiento, de deporte, de crisis pasajeras, de espíritu de sacrificio y superación, de combates contra el tío del mazo al que muchas veces has vencido, para ahora arrojar la toalla por una puta molestia de rodilla, a las primeras de cambio...? Si abandonas, luego te sentirás mal por no haber resistido un poco más. Lo sabes, tu umbral del dolor aún está muy lejos, lo decía Cela..."resistir es vencer". No seas...
Cobarde, mameluco, ablandabrevas, gallina, cagón...

Respiro hondo...muy profundo y decido gastar mi último cartucho...otro Ibuprofeno que como un bálsamo, espero mitigue mi congoja. 
Es una sensación extraña sentirse solo en medio de tanta gente...conecto los auriculares al móvil, y la música funky de los 80 reconforta y alienta mi ánimo.
Bebo agua y espero que se obre el milagro.
Tengo fe, pero echo de menos a mi Viky.

Ella apenas se separaría un metro de mí, y con la mirada triste pero comprensiva, típica de los perros, me impulsaría, moviendo su rabo, a seguir avanzando.

De pronto, una maravillosa sensación, por inopinada, por repentina, por casi olvidada me traspasa...ohhhhhhhhhh, el dolor comienza a difuminarse, a desvanecerse, a perder cuerpo...¡a desaparecer!
El pensamiento se me inflama y la vida me vuelve con tanta energía que siento violencia en "mi correr".
Por que sí, he echado a correr y pareciera que ya no tengo rodilla...
Me hinco de hinojos y levantando las manos al cielo elevo una plegaria a San Ibuprofeno, santo como todo el mundo sabe de los afligidos y los desamparados.

No debo lanzar las campanas al vuelo, pero el efecto del medicamento me garantiza cuatro horas de esfuerzo sin dolor.
Y debo aprovecharlas.
Desde ese momento, comienza una nueva carrera para mí.

Con las mismas renacidas esperanzas del náufrago, que resignado a ser devorado por los tiburones, cambia su suerte y de pronto, encuentra una tabla salvadora que le ayudará a remar incansable hacia esa lejana isla que se dibuja sobre su horizonte, comienzo yo "a remar" con una idea cuasi obsesiva en mi mente...dar caza a mis compañeros de aventura.

La bajada del S. Julian es prolongada, técnica y peligrosa.
Pero me siento tan exultante, tan eufórico que se me antoja un juego de niños. Mis Chiruca se adhieren al terreno como lapas y la ausencia de molestias en toda la vertiginosa bajada, me confirman que voy hecho un cafre.
Meo, como y bebo, adelanto a mucha gente...voy como un tiro.

En las inmediaciones del castillo de la Concepción, que los cartageneros conocen por el castillo de los patos, entablo conversación con un sexagenario que también tiene molestias en su rodilla. Es su primera ruta y quiere demostrarle a su hijo que lo viejos rokeros nunca mueren y que, el que tuvo, retuvo.
Está esperando llegar a una farmacia para agenciarse un frasco de REFLEX. Cada cual tiene su pócima milagrosa, pienso, y hablamos del clásico que en pocas horas se va a celebrar en Barcelona.
Es merengue cerrado, pero tantas derrotas a manos de los blaugranas han minado su moral. Me siento tan optimista empero que hasta le aseguro: ¡en esta ocasión "ganaremos a domicilio", que alguna vez tiene que acabar la racha del Barça...!
No le veo muy convencido, y deseándole suerte en la ruta, intensifico el paso, y a las mismas puertas del castillo lo dejo atrás.

En el avituallamiento y sellado del castillo de los patos hay mucha gente. ¡Para que parar si voy surtido, evacuado y aprovisionado...!
Hago un recorrido visual por si veo "a los míos" y resultando este infructuoso, decido continuar a buen ritmo, con la inquebrantable decisión de "atrapar" a mis amigos.

Aprovecho ahora para ilustrar con imágenes que ellos tomaron y otras que me bajé de la red, diferentes momentos de la ruta.
Ruego si alguien se siente zaherido por la inclusión en este mi rincón, de algunas de las fotos, bien sea por derechos de autor o simples razones estéticas, que me lo haga saber, que serán eliminadas "ipso facto".

Nuestras amigas, posando en el kilómetro 4,7 de carrera.
El penchaco...bravío y tenaz como un jabato.
Gemma, posando para la cámara...
 Bonita foto...
Juan el asturiano, muy destacado por delante, Juan el jabonero, Rosa, Gemma y el Pencho, agrupados, detrás...y yo, descolgado pero recortando tiempo...
Rosa pasándoselo pipa...que es el espíritu que debe imperar en la ruta de las fortalezas, dicho sea de paso.
Preciosa fotografía...
Cámara de Juan...diferentes momentos
Pencho sorprendido pues le había pisado la cola a un lagarto...
Diferentes momentos en el descenso del S. Julián, captados por fotógrafos de la organización.
 Juan y Pencho...
Esta imágen, acercada con el zoom me gusta...bravo Juan, fotografía muy lograda, parecíais andar solos, al margen de la carrera...
El otro Juan, escoltado por dos campeonas...

Hacia Fajardo y Galeras...
Juan, tirando del grupo...
Casi en el ecuador de la marcha...
En el avituallamiento solido
Juan, protegiéndose contra el inclemente sol...
Rosa y Gemma, aprovisionando la máquina...
Nuevo avituallamiento líquido en Galeras...
 Fue en la bajada desde Galeras donde nos cruzamos. Casi me tropiezo con Juan. ¡Él subía y yo bajaba...! No me lo podía creer. Yo ya estaba perdiendo fuelle y viendo que no los alcanzaba, comenzaba a pensar que tendría que concentrarme en llegar al final sin vaciarme prematuramente, sin fundirme antes de las dos cotas más duras que aún tenía que afrontar.
Pero cuando vi a Juan, que subía como un demonio, entendí que en el castillo de la Concepción, perdido entre tanta gente, me pasó desapercibido y le debí adelantar. Las caras de ambos fueron primero de asombro y después de alegría. La bajada al igual que la subida, se hace eterna, así que, aflojé un poco el paso, medida que me recuperó bastante y llamé a Juan, para indicarle que reducía un poco el ritmo para esperarle.
Me atrapó en el estadio de fútbol del Cartagena. Venía hecho un tiro y sin demasiadas ceremonias celebramos el reencuentro.
Me informó de que el grupo de Pencho, venía por detrás.
Estas novedades me animaron y recompensaron sobremanera mi esfuerzo al comprender que había logrado recortarles el tiempo hasta alcanzarles.
Ellos hicieron muchas cortas paradas para “inmortalizar” puntuales momentos de la ruta, como bien pueden atestiguar las imágenes que acompañan a esta crónica; Yo paraba lo imprescindible para evacuar y repostar. He aquí tal vez, la explicación a mi extenuante hazaña. Pero llegaba el momento de la verdad. La prueba del algodón, o por mejor decir, la prueba de las atalayas que nunca engaña.
Subir y bajar La Atalaya a esas alturas de carrera es el mejor termómetro para saber como anda uno de fuerzas. Recuerdo el primer año que el avituallamiento sólido estaba precisamente en el estadio de fútbol, la antesala de la famosa Atalaya. (Acierto sin duda de la organización al trasladarlo en ediciones posteriores mucho antes para que el almuerzo no se nos indigestara.) L@s que no conocíamos la orografía del terreno, cometimos el error de atiborrarnos de comida para a las tres o las cuatro de la tarde, con un sol de justicia, castigándonos el lomo, atacar la dura subida hacia la Atalaya, que no es que sea muy prolongada, pero es casi una pared que hay que escalar.
Y cuando logras llegar a la pista asfaltada, con el corazón desbocado y con constantes amagos de calambres, y crees que ya finalizó tu martirio, te enfrentas a otra dura pendiente hormigonada que sencillamente, te remata. En la subida hacia La Atalaya se puede ver a gente vomitando y presa de calambres y lipotimias.
Son ya muchas horas de esfuerzo y a esas alturas las fuerzas ya andan algo justas.
Yo conocía la subida y la temía.


Gemma, en el avituallamiento del estadio de fútbol...
Con Pencho
El penchaco marcando biceps
En las primeras rampas tuve buenas sensaciones. Pero decidí “guardar” porque le temo al tío del mazo más que a una vara verde. El muy cabrón, me atiza sin avisar, y cuando quiero reaccionar, ya soy un cadáver exangüe.  Seguí el mismo ritmo cansino de los que me precedían, sin alardes de fuerza. La gente que va justa y necesita un respiro, se aparta para permitir el paso de los que vienen por detrás. En efecto, ya se veían caras de sufrimiento, muy crispadas por el esfuerzo. Juan iba unos metros por delante de mí y parecía progresar con facilidad.  Cuando llegamos a la pista de cemento, Juan me está esperando. Me dice que tiene calambres.
—No podemos parar.- le digo.
—Luego cuesta mucho reanudar la marcha. Disminuye el ritmo hasta que te recuperes.
En efecto, por sí mismo descubre, según me cuenta después, que acortando los pasos, esa sensación desagradable de los calambres, que parece “retuercen” tus músculos, se mitiga, es más llevadera.

Por que aún queda un mundo para llegar al castillo de la Atalaya. Ahora te enfrentas a un pedazo de rampa que solo contemplarla con la vista nublada te produce vértigo. Miras de soslayo y con envidia, los rostros sonrientes de los que ya bajan de vuelta. Te gustaría estar en su pellejo. Pero porfías en tu esfuerzo, y sigues avanzando, pues ya queda menos.

Juan se ha descolgado. Tuvo que pasarlas canutas con los calambres.
Son ya cuarenta kilómetros en las piernas, y los espasmos musculares se producen porque el músculo está agotado y acumula ácido láctico.
Al mismo tiempo, escasea de líquidos y sales minerales, entre ellos, el magnesio.
Pero sabe sufrir.  Ortega y Gasset dijo una vez: ¡Yo soy yo y mis circunstancias!
Es una situación complicada que tienes que superar en la más completa soledad.
Para ello se necesita fuerza mental, esto es, “capacidad de sufrimiento”, tener amor propio, eso que otros llaman “pundonor” y desde luego, ser más terco que una acémila.  Se ha dicho muchas veces que los diferentes avatares por los que uno atraviesa en una prueba deportiva, constituyen una analogía y se pueden comparar con las diferentes vicisitudes a que un@ tiene que enfrentarse en la propia vida.  En una prueba de resistencia como esta, se abordan momentos de muy distinta condición.
La actitud y aptitud con que se afrontan esas situaciones difíciles en las que parece entablarse una terrible lucha entre el cuerpo y la mente, definen el verdadero carácter y personalidad del individu@.

Juan supo sufrir y sobreponerse a los rigores de sus circunstancias. Adaptarse a ellas.
Yo soy yo y mis circunstancias.
— ¡Atravesado de calambres me hallo, pero por mis cojones jaboneros que no cejaré en mi particular contienda...!

La bajada de la Atalaya es muy tendida.
Castiga sobremanera las rodillas.
Era momento de aflojar un poco el ritmo y aprovechar para echar algo al gaznate. Juan se había recuperado milagrosamente de sus problemas de calambres, y lo tenía pisándome los talones hasta que me alcanzó y continuamos juntos. En las cuestas de descenso más pronunciado comencé otra vez a sentir los desagradables aguijonazos de mi rodilla izquierda. No dejé que fueran a más.
Otro chute de Ibuprofeno y procurar evitar pensamientos catastrofistas que mermaran mi moral. Otros años, el tramo entre La Atalaya y el Roldán se me antojó eterno. Un interminable caminar entre aceras y paisaje urbano que se me hizo monótono y aburrido.
Este año fue distinto y en mi opinión, un completo acierto por parte de la organización. No hubo que recorrer media ciudad antes de atacar Roldán.
Yendo hacia el mirador, rompepiernas y antesala de la terrible última subida hacia "el cielo", coincidimos con un tal Arturo, chico de Alicante que durante un tramo nos marcó un ritmo ágil y trepidante, dejándonos al pie mismo del purgatorio.

Pese a la fatiga acumulada, aún tuvimos animos para enfrascarnos en agradable y amena conversación, resultando ser un tipo bastante cálido y amistoso.
No se cómo, cuando ni de qué manera, pero me vi siguiendo la evolución lenta pero fácil de una grupa periforme movida por dos soberbias piernas. 
Con ser capaz de seguir este ritmo tan "alentador", me sentía cada vez más lejos del infierno y más cerca de la gloria.
Pero hacia la mitad del recorrido, mi gozo en un pozo.
Ella se aparta, me sonríe y entonces comprendo...su compañero de fatigas, ha reventado y tiene que esperarlo.
Les adelanto, a ella por la izquierda, a él por la derecha...su cara es todo un poema. Miro una primera y última vez hacia atrás. Juan debe estar disputando su particular pulso a los calambres.
Parece mentira, pero seguir a alguien que te marque un ritmo, ayuda...me quedo solo pero ya estoy cerca de la cima. Un esfuerzo más, y por fin corono. He subido muy bien, y a lo lejos se dejan escuchar los ecos del jolgorio que tiene lugar en meta. Mi felicidad es inmensa. El zig zag de la bajada es demoledor. No debes bajar la guardia pues un mal resbalón, un esguince in extremis puede dar al traste, con tu sueño, con tu anhelo de ser capaz de cruzar la meta. Lo más seguro es amoldarse al ritmo de los que te preceden. Bajar en fila india sin asumir riesgos inncesarios. Ya lo mismo da cruzar la meta cinco o diez minutos antes que después. Está todo el pescado vendido y ahora toca disfrutar de tu particular hazaña.
Al final del zig zag vuelve a atraparme Juan. Los calambres pueden ser convidados muy recalcitrantes pero mi amigo lo es mucho más. No saben estos con quien se juegan los cuartos.

Arturo es el que me precede, yendo en pos de la meta a un ritmo infernal. También se puede apreciar en el chico sentado, el desfallecimiento, la derrota, la cruz del camino. Seguro que fue capaz de sobreponerse y continuar hasta alcanzar el justo premio de la victoria.
Fué capaz. Se tomó su tiempo para recuperar las fuerzas perdidas en algún recodo del camino y continuó su afanoso esfuerzo en pos de la meta. Nuestro amigo Adrián, hizo el recorrido de la ruta de las Fortalezas empleando un tiempo de nueve horas y cincuenta y cinco segundos.
Algo más de media hora con respecto a nosotros.
De ahí la importancia de saber dosificarse...lo importante no es como se empieza sino como se acaba.
Y nosotros acabamos de forma  exultante.

Regodeándonos en los kilómetros finales. Saboreando cada metro, paladeando cada sensación electrizante que nos recorría desde los pies a la cabeza.

Y entonces tuvo lugar el momento más emocionante de toda nuestra odisea.
Ni en el mejor de los guiones cinematográficos podíamos haber imaginado un final más asombroso e imprevisible.
Juan y yo andábamos codo con codo, sin apenas hablar, a un ritmo frenético, solo pensando en cruzar la meta. 
Cuando de pronto nos chistan desde atrás e inmediatamente reconocemos el inconfundible berrido del Pencho, que acompañado de Gemma y Rosa, nos alcanzaban casi llegando al final de la ruta de las Fortalezas.
Si las palabras a veces minoran los sentimientos, bien puedo decir que la alegría de vernos todos juntos, tal y como comenzamos, me dejó el verbo laxo y el adjetivo esteril, porque hay emociones  que no se pueden describir con palabras.
Los últimos metros recorridos fueron en verdad apoteósicos.
Del Penchaco, (¿de quién si no?), surgió la idea de atravesar la meta abrazados, todos unidos en estrecho achuchón cariñoso.
Tuve que apretar el corazón y ahuecar el alma para no romper en sollozos.

Recuperando fuerzas tras la línea de meta
 Y por supuesto, después del esfuerzo, los macarrones y la correspondiente dosis de zumo de cebada para recuperar las energías y los fluidos perdidos...
Y una muestra de los correspondientes diplomas de la ruta...

Y en este blog, enlaces a tutiplén, hacia bonitas fotos de la ruta.

Y un último video recopilatorio de nuestra aventura.




¡HASTA LA PRÓXIMA AMIG@S!

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